Historia con Etiqueta (2)

martes, abril 29, 2008

La ciudad es muy grande, demasiado para nuestras necesidades. Recorría algunos metros para tocar tu timbre, decirte un hola un tanto apagado por las horas a las que iba –no antes de las seis pero tampoco pasando de las siete de la mañana- te traía un jugo de naranja bien frio los lunes, una flor de cualquier índole –menos girasoles, de esas no me gustan- los martes, los miércoles amanecíamos con los periódicos de circulación nacional, mientras que los jueves te llevaba el suplemento para niños, más una copia extra, para ver quién resolvía más rápido el laberinto que ponían en la última hoja –con premio para el que lo terminara, claro-. Los viernes eran especiales, tal vez porque no llevaba nada. El premio del laberinto siempre me lo tenías que dar tú.

Ahora que no estamos juntos, recuerdo con ternura aquellos apodos que nos poníamos, algunos hirientes, algunos con sentido, otros para esperar una respuesta y los demás. Me divertía estar al otro lado de la pantalla, con el centelleo del símbolo del texto en blanco, aguardando una réplica tuya sobre tu nuevo apodo, aquel que el mundo vio nacer entre los códigos ASCII, alguna idea pícara y todo mi cariño. Intentando adivinar, me imaginaba tu cara atónita ante el ruido de los altavoces, aquel timbre característico de una respuesta y, metiéndome en el campo fantástico, hice que tus ojos brillaran de emoción, tus manos se movieran nerviosas, haciendo que te equivoques cada dos letras que escribías; hice que tu cabello se moviera lentamente, en un susurro, para cubrirte uno de los ojos, el que brillaba más, para que volvieras a tu estado normal, de cerquillo pronunciado, de mirada fulminante, de aliento a rosas. Bonito, me dijiste, pero el que te puse yo quedará por siempre. Y fue así, carajo.

Fue así.

1 aportaciones:

Anónimo dijo...

los angeles briillaran si su PRESENCIA*..

Entendes no ;)