Sobre la Soledad (X)

jueves, julio 31, 2008

Es momento de irme, dijiste, creo que ya te has puesto al día con todos los periódicos de esta parte del globo, Al parecer, contesté. La última palabra se mantuvo en el aire tanto tiempo, que no esperaba el instante en que volvieras a hablar. El ambiente estaba tan denso que se podía cortar con tijera. También has leído el par de libros que te dejé junto a los diarios, No me gustaron mucho, porque trataban de política y, en este momento, no es buen momento para hablar de ello, Como todo, Sí, contesté, como todo.

Te gusta mi vestimenta, preguntaste.

Es propicio para el clima, comenté. Te miré de pies a cabeza, parecías lista para emprender un viaje, pero no llevabas equipaje ni alguna señal de recorrer una larga distancia. A dónde vas, terminé por preguntar.

No me voy a ninguna parte, dijiste, sólo iré a recoger algunas flores que dejé descuidadas en mi jardín, además, tengo que ir a lavar las cortinas, darle de comer a mis pajaritos y también ponerme al día; pasan muchas cosas también donde vivo y no debo estar tan perdida, Eso significa que te vas, reiteré, Eres demasiado terco, dijiste, Quiero una respuesta, sólo eso.

Sí, me voy.

A veces me gustaría saber por qué eres tan cruel a la hora de decirme las cosas, atiné a decirle mientras levantaba las poquitas pertenencias que había dejado en el sofá; unas cuantas moñas para un pelo indomable, algunas pulseras que nunca usaste pero, como decías, Estaban ahí para cuando hubiera oportunidad y necesidad de usarlas, algunos peines que intentaste utilizar inútilmente en mí y muchos recortes de periódico. En algunos aparecía mi cara deformada por el offset de la imprenta, en otros aparecían vestigios tuyos -nunca te gustaron las fotografías-, y en los restantes habían noticias que, según decías también, Serían interesantes de volverlas a leer dentro de un tiempo.

A veces me preguntaba si el tiempo pasaba para ti... porque siempre que te encontraba cruzando la calle, hablando de un teléfono público o comprándole aretes a los gitanos, estabas intacta. Parecía que los segundos no te castigaban con su lento y armonioso caminar, ni los minutos regían sobre tu piel con su paso militar, ni las horas, que sabias pasaban lentamente desapercibidas mientras tú simplemente disfrutabas de un helado o mirabas la televisión.

Los demás notaban estas sutilezas cuando ya era demasiado tarde.


No te detengo más, tus flores te necesitan.

Un abrazo formal.
Un apretón de manos.
Un beso en la mejilla.
Otro abrazo.
Otro beso.

Y el eterno momento de abrir la puerta, agitar la mano, y esperar...

A que el horizonte se trague, tanto a la persona, al sol y a sus otros vestigios...

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