Lunar

lunes, septiembre 21, 2009

Es la hora de partir, le dijo sonriendo. Tomó a su novio de la mano y lo jaló un poco hacia el resto. Él hizo ademán de despedirse mientras ella se acercó un poco más. Nos vemos, le dijo, y rozó su suave y pálida mejilla contra ese cutis clásico de ingeniero que portaba. Él esperaba ese beso al aire, clásico de las andanzas, pero recibió, muy por el contrario, un toque eterno, como una brisa; miles de puntitas jugando entre su mejilla y su párpado; miles de pestañas rastrillando su paso.

El Cuídate que atinó a decirle salió de lo más profundo de su ser. El Cuídate tú también de ella, ya siendo arrastrada por el novio, sonó como esas respuestas lejanas que uno nunca espera, pero que sí presiente.

Luego de cruzar la avenida, se dijeron Adiós entre los demás y una de esas vagonetas rojas hicieron del polvo un accesorio más. Él continuó su despedida con un movimiento de la mano mientras ella desaparecía entre una ventana polarizada y la velocidad del novio.

Los demás se dispersaron como palomas mientras que él se dispuso a encerrarse en una burbuja, apretar el botón de play y seguir su rumbo.

Sabía que tenía que cruzar la ciudad para olvidarse de lo ocurrido. Aunque sabía que una ciudad no bastaría.

Agachó la cabeza, buscó entre sus monedas y le dio al chofer la de mayor valor. No esperó el vuelto y se fue a sentar ahí, donde nadie se sienta; sobre la rueda del bus.

Fue un viaje tranquilo, a pesar de que tenía conciencia de que era un viaje sin retorno; un adiós sin vuelta...

Una sonrisa y varias pestañas; un lunar y muchas estrellas.

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