Nosotros (II)

martes, agosto 05, 2008

Pero no contesté. Por primera vez desde que la conocí no contesté. La razón, No la sé, El por qué, Tampoco, Entonces, Pues es sencillo de explicar, Perdón no te entiendo, qué me quieres decir, Para qué contestarle si la tengo en frente.

Y así era. Ella estaba ahí.

Y yo desnudo, vaya sorpresa. Mis reflejos también se dieron cuenta de mi carencia de ropa, así que tomé parte de la sábana de la cama y cubrí lo más que pude. A pesar de ello, el rojo, aquel rojo característico, resplandecía más que el celular, que seguía repicando.

Entonces ella me miró y sonrió.

Era hermosa. Y maravillosa. Se lo había dicho muchas veces. Aunque, me había jurado no hacerlo nunca, es inevitable. Si llevamos la cuenta matemática de la perfección que engloban esas dos palabras, podemos sacar la siguiente conclusión. Si multiplicamos hermosa por maravillosa, obtenemos Su nombre, si en cambio dividimos los factores, nos quedamos con sus ojos. Si sumamos, nos da como resultado dos espectaculares manos. Si restamos, el resultado es tan incierto, que es mejor dejarlo a la imaginación.

O a Su imaginación.

Su cabello era una pequeña constelación de anillos incompletos, girando en torno a un planeta por lo demás sabio. Anillos que eran cafés, que se aclaraban un poco con la gracia del sol y se volvían más brillantes aún con la claridad de la noche. Sus ojos, pues lo dijimos unas líneas más atrás, pero podemos complementar con algo que no se ha dicho nunca.

Que los amo profundamente.

Las facciones de su rostro, nada que envidiar a algún perfil egipcio o griego. Me gusta pensar a veces que es alguien al cual nunca han retratado, para que la foto que tengo de ella sea tan invaluable como el secreto de Dios para con la humanidad. Incluso, para mí, puede valer un poco más, porque Ella está conmigo en ese recuerdo hecho tinta.

Su boca es el mayor secreto de todos. Un tesoro escondido, una joya entre millones. O entre ninguna. Un ente con vida propia, que ayuda a que un momento especial, un beso, se convierta en una obra de arte. Para mí, invaluable. Si quisiéramos ponerle un precio, exigiría las siguientes condiciones. Disposición, silencio – acompañado de un poco de música – los ojos cerrados y alguna garantía de salir vivo luego de acción tan espectacular. Si se cumplen, pues simplemente diría Nó, gracias. Ese, como dije, Es el mayor secreto de todos.

Es casi de mi tamaño, supongo que un poquito más grande – sólo un poquito. La armonía que lleva con ella sirve de inspiración para locos como yo. O para hermosas como ella. O para ambos.

Aún no salía de mi sorpresa cuando una de esas gotas traicioneras se depositó justo en mi ojo derecho. La sequé rápidamente y, como quien limpia un espejo empañado, Ella se fue.

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