Nosotros (I)

martes, agosto 05, 2008

Tenía el pelo demasiado largo. Eso era un hecho.

Ni la lluvia ni la ducha tenían piedad para con mi pobre cabello. Simplemente las gotas caían, él las absorbía y yo quedaba más húmedo que el parabrisas del taxi que conducía mi padre.

Sí, mi padre es taxista, y aún así tengo ducha eléctrica, como tres veces al día y puedo gozar de la telecomunicación celular. No es tan malo.

Tal vez la única pajilla en el ojo es que no lo veo en toda la semana. Pero eso se entiende, Él trabaja por nosotros y simplemente no puede pensar en nada más. Palabras más, palabras menos, esa es la descripción de mi pequeña pero gran familia. Mi padre y yo. O el padre y su hijo.

Da lo mismo.

La cuestión es esa. Mientras me apoyaba en los vidrios que cubren la zona de la ducha, mi cuerpo exigía un poco de agua caliente para contrarrestar el frío que entraba por la pequeña rendija de la puerta que nunca más logró cerrarse desde que mamá se fue. Sí, también tenía una mamá, pero esa es otra historia. Bueno, tal vez, en alguna de estas líneas, la mencione sin querer, o tal vez le transmita mi furia y agradecimiento a la vez camuflando pequeñas emociones dentro de personificaciones. No sé, puede ser posible.

Aquella puerta simboliza muchas cosas, sin duda.

La radio suena allá afuera, justo al lado de mi ropa la cual, como mi cabello, ya empieza a humedecerse por las partículas de agua que pasan del estado gaseoso al líquido cuando se enfrían un poco. Es una polera roja con cuello, un pantalón jean con algunas imperfecciones en su color, un cinturón un tanto largo para mi cintura – aunque estaba de moda usarlo así -, medias blancas, un calzoncillo de hace unos cuantos años, un peine y mi billetera. Seguramente estaba apurado cuando alisté mis cosas.

Faltaba el celular.

Salí un momento de la ducha. Mis pies me lo iban a cobrar luego, ya que no logré secarlos muy bien antes de salir del cuarto de baño, correr algunos metros hasta mi cuarto, revisar el celular, ver si no me había llamado Ella, limpiar un poco la pantalla – mi gran manía y defecto – dejar caer la toalla mientras hacía todo aquello, recoger todo para luego salir en un nuevo trote a terminar la tarea que dejé inconclusa.

Mis pies simplemente decidieron no obedecerme y caí unos cuantos pasos antes de llegar al baño.

El celular cayó sobre una almohada que estaba tirada ahí desde la noche anterior, la toalla cayó unos centímetros más allá y yo, junto a mi humanidad y alma, caí de bruces contra el suelo, a unos cuantos dedos de la grada que separaba el baño del resto de la casa.

Y sonó el celular.

El tono personalizado era inconfundible. Era Ella. Sacudí un poco mi cabeza, como en las caricaturas, me levanté un tanto atontado y cogí el celular. Efectivamente, era Ella.

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