Nosotros (Final)

martes, agosto 05, 2008

Entonces el celular sonó otra vez y contesté, pero antes, me di cuenta que el tono no era el mismo. Tiré el celular a la cama y recordé, como un pequeño niño, que dejé la ducha encendida.

Mientras el interlocutor gritaba Hola, hola, contesta, me dispuse a terminar el trabajo no terminado. Rebobiné la cinta de mi radio y la coloqué justo en la canción que me recordaba a Ella. Fue sencillo. La detuve donde quise y puse Play.

Los acordes comenzaron la melodía. Y sí, recordé también que había dejado el jaboncillo en el suelo. Lo recordé porque cuando volví ya no había jaboncillo. Con la mano, recogí lo poco que quedó luego de mi pequeña odisea y lo unté en mi cuerpo como si fuese mantequilla.

Al terminar de lavarme los pies, levanté la mirada, y vi que alguien estaba allí también.

Era yo.

Moví un poco la cabeza nuevamente. Estaba vestido con la ropa que había dejado al lado de la radio. Había olvidado el cinturón, pero eso no tenía importancia. Habría hecho lo mismo.

Se lavaba los dientes, se miraba al espejo, justo como yo lo hacia - es algo lógico, pero como no había dicho esto antes, pues era hora de hacerlo. Levantó la mirada y posó su vista donde yo estaba. Lo saludé con cortesía y el movió la cabeza.

Y se fue.

Odiaba que mi fantasma entrara sin avisar, pero se había vuelto una costumbre tan común, que a veces yo lo molestaba cuando estaba recordando algo que nos incumbía a ambos. Alguna que otra vez lo encontré en La puerta que nunca más se pudo cerrar. Y lo encontré con Alguien Más. Decidí irme en seguida, porque recordar aquello me dolía un poco, aunque me daba risa también. Fue tan lindo y rápido, que mi fantasma y yo solemos intercambiar algunas de esas ideas de vez en cuando. Aprendemos bastante uno del otro, aunque generalmente, él es el que me pide consejo a mí. Un momento, generalmente no es una buena palabra.

Siempre.

Aunque ahora hemos llegado a un acuerdo. Él se iba a encargar de administrar mi pasado, y se iba a quedar ahí hasta que se lo ordene. Estos segundos que pasan y pasaron hace poco, y tal vez los que van a pasar, son tan inimaginados, tan mágicos, tan soñados, que el fantasma sería aún más real que las emociones materializadas ahí, en el cielo, junto a Ella.

Y estaría fuera del marco de esa pintura.

Él aceptó gustoso, pero me pedía algo a cambio.

Que comparta mi secreto de la felicidad con él. Le dije de una manera amable, Te tocará vivirlo cuando quieras, todo depende de ti, o de mí, Tiene sentido pero, me preguntó nuevamente, Puedo pedirte algo más, Dime, Me la presentarías a Ella alguna vez, Pues creo que ya lo hice, En serio, Sí, te conoce muy bien, y te debo dar las gracias por ello, Gracias por qué, Porque tu fuiste quien escribió y creó todo aquel universo donde ahora vivimos, o creo que vivimos, En serio, dijo fascinado, En serio.

Dio media vuelta y se fue a su casa.

El árbol que está en la esquina de mi casa es un tanto pequeño, pero es excelente si haces una buena comparación y valoración entre paz y comodidad.

Mi celular volvió a sonar. Y esta vez sí me desperté para ver de qué se trataba.

Era un mensaje de texto que decía, Buenos días, acompañadas estas palabras de dos puntos y el signo final de un paréntesis. Tal vez, el inicio, estaba en la intención.

Contesté con otro Buenos días, seguidos también de los dos puntos y el final del paréntesis. Tal vez, el inicio, sólo está vez, estaba justificado con la sorpresa que me dio aquello.

Y para mi alegría, eso se repitió hasta ahora, que he podido descubrir, aunque sea un poco, el secreto de tus labios, la ecuación de tu rostro, las sorpresas de tu perfección.

Y lo maravillosa que eres.

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