Señor Presidente

lunes, mayo 19, 2008

Señor Presidente

Hacia dónde señor, Hacia la derecha, Muchas gracias.

Se acercaron a la comitiva que bajaba del avión y le dijo en tono imperante, El señor Presidente la espera a usted y a su grupo, Pierda cuidado, delegado, contestó, es una cuestión de minutos. Más imperante fue el perfume que el viento arrastró por todo su horizonte, moviendo nubes de incertidumbre y socorro. Los voluntarios habían bajado del avión y el señor Presidente estaba aguardándolos en el Hall improvisado del aeropuerto.

Con la mirada en el suelo, el señor Presidente estaba sentado de espaldas a su silla imponente, endureciendo sus manos contra sus sienes y buscando el limpiador de sus lentes. Cada día se le nublaba más la vista de su ojo izquierdo debido al glaucoma, haciendo más dificultosa la tarea de escribir, dado a que era zurdo. Su oído derecho fue también deteriorándose, no con el tiempo, si no con las constantes tristezas que aquejaban su mundo; tanto el que tenía que gobernar como el que lo gobernaba a él, en cierto aspecto. Siempre en cocteles oficiales decía que su problema se debía a un resfriado mal curado, o a un golpe muy fuerte en la cabeza, o tal vez, en los momentos más ocurrentes, decía que había sobrevivido a una parálisis. Lo cierto es que todas tenían algo en común; podríamos decir que el problema era a un vacío mal curado, un golpe fuerte al corazón y tal vez, en los momentos más analíticos, se decía que había sobrevivido a una traición.

El señor Presidente se caracterizaba por una entrada profunda en su cabeza; la calvicie era algo –lo poco- de lo que no pudo escapar. Así también lo alcanzó la vejez y la soledad, una tras de otra. Había estado gobernando más de 8 años, contando este y los que vendrán seguramente. Su mandíbula se había deshidratado a tal punto de hacer sombra en torno a su boca. La barba ya no era necesaria y lo consideró bueno; nunca aprendió a afeitarse correctamente. Sus manos habían renacido después de varios meses de estar anquilosadas bajo el efecto de la tristeza. El señor Presidente solía escribir mucho, tanto en reuniones oficiales, diarios, momentos de campaña electoral –a pesar de ganar siempre con una mayoría abrumadora- y en cocteles oficiales; cuando no podía seguir el hilo de lo que hablaba la gente poderosa, él simplemente se recogía y se iba a un balcón cercano.

Su mirada cambiaba según su estado de ánimo; sus ojos eran cafés la mayoría del tiempo, verdes cuando miraba para sí y de un negro intenso a la hora de tomar una decisión. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero el presidente, el señor Presidente, desde que ganó la última elección, se hizo colocar lentes de contacto transparentes, y parecía un fantasma a la hora de recorrer el palacio, Me han robado el alma, decía cuando le preguntaban, me la han robado y no sé cuándo la voy a recuperar, La considera en pena, señor Presidente, preguntaban los periodistas, En pena no, contestaba sonriendo, simplemente la considero como un objeto perdido, Un objeto, señor Presidente, Sí, un objeto, Y por qué dice eso, Porque ahora soy un desalmado. Siempre concluía así. Las únicas veces que vimos al Presidente quitarse esos lentes son las pocas veces que baja al sótano de la Casa Presidencial. Nadie sabe por qué va ahí.

La estatura nunca fue un problema para el señor Presidente. La televisión siempre lo ayudó y jamás sintió un complejo al ver a sus adversarios con un porte más definido, un poco más de barba o una posición de víctima electoral a la hora de capturar la atención, No somos nosotros, decían, no invitaremos al electorado a votar nunca más, pero le haremos recuerdo que siempre estaremos ahí cuando quieran quejarse del gobierno que les toque. Simplemente nos cerraremos, no abriremos la boca, pero eso sí, aclaraban la voz para que algunos volcaran a verlos, siempre estaremos acá –sí, repetían lo mismo- para darles la razón en todo. El señor Presidente no evitaba reírse, tal vez en un acto de soberbia colosal, pero, más que nada, en un acto de gracia; siempre supo que parte del electorado que votaba por él en realidad pertenecía a ese circo que se hacía llamar Partido Republicano de Liberación y que su único objetivo, a pesar de estar en sus cierres de campaña y que vestían camisetas con su rostro, era sacar información, congeniar, sonreír de vez en cuando y, luego de que el señor Presidente les haya brindado toda su confianza, su lealtad en contrapartida, los del Partido simplemente se iban con el verdadero jefe, el que atendía todas las llamadas, el que también tenía sus contactos en otros partidos; su nombre en clave siempre fue Luz. Otros lo llamaban Pedazo. Los novatos se limitaban a contactar a alguien que lo conociese. Inclusive cuando Luz, Pedazo, o como quieran llamarlo los había traicionado, el rebaño volvía obediente. Alguna gracia debe tener, decía el señor Presidente, pero honestidad no es. Y es que el rebaño pastaba donde quería, encontraba adeptos y simplemente el movimiento se hacía más grande.

El avión despegó de la pista y el grupo entró en el Hall improvisado del aeropuerto. El señor Presidente no se movió cuando escuchó la puerta abrirse, ni cuando su vocero le anunció, Pedazo está acá, Señor, junto a un acompañante, Diles que pasen, pero que se quiten los zapatos. Una débil sombra en la pared hizo notar que el señor Presidente hizo una mueca.

Pedazo y su acompañante entraron sin golpear. Sin más, el señor Presidente se paró, se quitó también los zapatos, seguido de las medias, el pantalón, la corbata, el saco, la camisa y finalmente, los lentes de contacto. Su voz, de la cual nunca se escribió, dijo sin vacilar en ninguna palabra, Tomen, para que vistan a mi alma, me voy a descansar.

Al día siguiente, el rebaño estaba confundido y el electorado en sí turbado. Pedazo, Luz o como se lo llamara había entrado en Palacio sin un previo aviso, mientras que, como noticia principal, el señor Presidente salía de él con un pantalón jean y una camisa a cuadros. Cuando los periodistas se le acercaron, él pidió que se le hiciera una sola pregunta. Quien acompañó a Pedazo fue quién se adelantó a los demás, Por qué lo hizo, Por amor.


Noé Caballero

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