Tenemos la figura de un dios.
A un dios se lo alaba por sus virtudes y a veces se lo recrimina por sus decisiones.
Fácilmente el dios se encariña con las alabanzas y le es cada vez más complicado recibir recriminaciones.
A fin de cuentas, termina desestimando los reclamos para convertirlos luego en ataques casi-celestiales de herejía y desconocimiento.
Finalmente, el dios es abandonado y su tributo tirado al suelo; completando un silogismo inexistente, el dios muere -creando también un concepto contradictorio, valga decirlo-.
En los rastros de la divinidad, llega un ingeniuo sin camino buscando a quién venerar y encuentra las miserias. Es como un sediento en el desierto, sólo que la escena es más patética.
Y el dios vuelve a crecer, lamentablemente, sin las pautas y críticas al nuevo régimen.
Fortalecido, el dios busca venganza -lamentablemente se afirma un concepto no tan nuevo. Aunque los dioses tienden a amar a su creación, llegan ocasiones en los que se arrepienten y sienten que deben tirar todo por la borda, salvando a unos cuantos. En este caso, al que vino con el vaso con agua-.
Los antiguos seguidores, pues, no sé -metiéndome en el relato, opinando simplemente-, habrán buscado un nuevo dios o se habrán convencido firmemente que no existe un ser tal.
Agarrémosnos de la segunda conclusión.
A dios muerto, profecías muertas, promesas muertas, etcétera muerto. Cabe decir entonces que una venganza es como una plaga inmune, o un castigo atroz sin objetivo.
Y claro, el vehemente nuevo seguidor dándole fuerzas.
A veces tendemos a endiosar a la gente.
2 aportaciones:
Humanicemos Dioses!
XD
El mejor comentario que he leído en años.
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