Siempre andaba con su anillo al dedo; plateado, con una piedra incrustada al medio y un pequeño grabado que decía Estoy aquí. Le encantaba refugiarse bajo sus sábanas y sentir las inscripciones una a una. A veces lo hacía chocar contra un vaso de vidrio para hacerlo cantar y en ciertas ocasiones, junto a una cadenita, lo hacía bailar bajo las luces de un escenario invisible. Otras veces lo utilizaba para dibujar soles, caras felices; inclusive buscaba alguna excusa para sacarlo a pasear para que pudiera ver las mismas cosas que en ese momento pasaban en su mundo.
Cuando la oscuridad se posaba lentamente en el fondo de su corazón, repetía la frase una y mil veces hasta vencer esa angustia, Realmente Estoy aquí.
Cuando le daba miedo alguna sombra, tomaba una linterna y proyectaba su forma a lo largo y ancho del campo de batalla; su perfección hacía que hasta los miedos más tremendos escaparan despavoridos. Ellos ya no estaban ahí...
Al cerrar los puños un día, se dio cuenta que algo se incrustó en sus dedos. Sacó con cuidado el anillo e inspeccionó el dedo afectado. Unas marcas un tanto rojizas formaban un patrón totalmente legible;
Estoy aquí, ¿Y tú?
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