En la fiesta de Robertito

lunes, mayo 25, 2009

Se mira al espejo, piensa, Perfecto, estoy listo. Aplica un poco de gel a su cabello tan corto, se mira detenidamente los ojos; parece que ninguna lagaña a podido salvarse de la brutal ducha de agua helada que se tomó hace algunos minutos. Sin camisa todavía, se coloca desodorante, se lava las manos y rocía un poco de aquel pefume caro que le había regalado su padre hace algunas semanas. Hace un ademan característico y queda impregnado. Sólo falta la camisa, concluye.


Se abotona despacio, sin prisas -porque no estaba retrasado aun-, se remanga las mangas para lucir mejor y se detiene un momento a debatir internamente si debe o no dejarse la camisa fuera del pantalón; lanza una moneda y queda decidido el asunto.

Una vez acicalado, va en busca de los accesorios. El sudor ya era uno -siempre olvidaba el pañuelo-. Por fin encontró el indicado para la ocasión -combinaba con sus zapatos-. Espero que ya haya gente por allá, por donde Robertito, se dijo mientras llamaba un taxi.

Llamó a la mejor amiga -quien le dijo que ya había bastante gente en la fiesta- mientras el taxi recorría un laberinto de calles para llegar a lo de Robertito. Quiso llamar al mejor amigo, pero no supo a quién escoger -por no decir que no tenía ninguno-, y se resignó a llegar solo a la fiesta.

Un vaso de cerveza lo esperaba. Salud decían a lo lejos, mientras él se apresuraba a llegar temprano para el segundo de innumerables brindis que irían a seguir durante toda la noche. Se colocó en posición, saludó a la manada con un apretón de manos -débil y rutinario como su vida- y tomó aquel vaso que tanto deseaba bebérselo -a él claro, el vaso era más inteligente-.

Arqueó el brazo y gritó Salud, carajo.

A la altura del chop de cerveza se encontraba el Accesorio perfecto -sí, ese que combinaba con los zapatos-. Con la cabeza gacha, por un momento tuvo fuerzas de levantarla. El madero del crucifijo pesaba mucho, pero a pesar de ello, quiso saber qué estaba haciendo Su hijo en ese momento. Al ver esa cosa fermentada frente Él, al escuchar los gritos de júbilo -recordaba cuando lo llevaban a Su casa y todos gritaban con las mismas voces que Lo amaban y Le temían y que Le irían a obedecer siempre-, al pensar en la frase que haría historia -Padre, por qué me has abandonado-, quiso integrarse a la fiesta, intentando adaptar esa frase a la situación.

Él pensó entonces, Por qué me Ha abandonado.

Sonaron los vasos, él se paseó feliz, exhibiendo su cruz, su cerveza, su felicidad comprada, su camuflada ironía, su mediocridad... y su amor por el que llevaba colgado en el pecho.

Muchas personas decían a sus espaldas que él era mal expresando el amor a otras personas...

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