Coleccionista

miércoles, mayo 06, 2009

Tengo mucho tiempo caminando por estos parajes. Irónicamente, mis zapatos se han endurecido con el pasar del tiempo. Tal parece que, mientras más camino, poco a poco vuelven a su estado original. Recuerdo siempre con cierto dejo de felicidad cuando me los compré; incómodos, de un color extraño, poco flexibles, en fin, como todo calzado nuevo. Con el tiempo, fueron convirtiéndose en parte de mi anatomía. Simplemente no podía vivir sin ellos y, hoy que estoy solo en esta especie de jungla, son mis mejores amigos. Espero que la mutación que sufren ahora sea debido a que tomarán un segundo aire o algo así. No me gustaría deshacerme de otra cosa más en mi vida.


Me declaro un coleccionista de cosas perdidas; debo mi vida a una casita que encontré abandonada en la punta de algún resquicio limpio de este lugar -que no sé exactamene dónde se encuentra-, y sacio mi sed día con día con una extraña fuente de agua dulce que encontré también intacta dentro de mi cocina. Todas estas descripciones parecen sacadas de un gran libro de fantasía -omitiendo a las hadas y gnomos que vienen después-. En realidad, el adjetivo de 'coleccionista de cosas perdidas' -me gusta tomar todas esas palabras como un solo adjetivo- tiene un agujero legal -por darle un nombre-, ya que no sólo colecciono cosas que las personas o Dios pierden -utilizo acá a Dios para darle explicación a algo absurdo- sino que también colecciono cosas que yo perdí.

Ante la ambigüedad de mis palabras, pongo de ejemplo claro a mis zapatos. A ellos los perdí hace bastante tiempo, mucho antes de encontrarme por acá y mírenlos ahora; casi como nuevos. También perdí la sonrisa y me miro ahora en un espejo mostrando mis dientes de par en par -no sabía que tenía encías tan grandes-. Me detectaron alopecia a mis quince años y ahora la única almohada que tengo es mi cabellera abultada entre mis orejas y las sábanas. Perdí la felicidad y son pocas -ahora- las ocasiones en las que esta soledad miserable se apodera de mi ser y corrompe mi tranquilidad; las cosas -lo pienso- son mejor así.

Cada día encuentro algo nuevo -no tan nuevo- para mi colección. El otro día un chimpancé me regaló un libro sobre la Evolución de la mente humana mientras que una sirena, cuando me encontraba pescando, me regaló su corona; tenía la extraña forma de un sujetador de pelo. Al darme cuenta de la situación, la sirena ya se había ido -y mucho después, al llegar a casa, me percaté que me encontraba solo y que esa sirena tal vez hubiera sido mi primer contacto casi-humano con alguién más luego de mucho tiempo-. Suele ocurrir; las cosas que nos parecen obvias en un comienzo tienen ese efecto retardador de asombro y de entrada en conciencia -que puede desde alegrarnos hasta aturdirnos-.

Cierto día, al caminar por mi huerto -comida nunca me faltó, así que haciendo un par de silogismos mentales, me di cuenta que jamás me encontraría alimento al azar- sentí que algo lastimaba mi pie. Aprendida la lección con la sirena, me serené un poco y analicé la situación; primero, si me dolía el pie, significaba que estaba despotegido, por lo tanto, ya no tenía zapatos. Horrorizado, temí mirar abajo, pero la humedad de la tierra no miente. Mis compañeros habían desaparecido. La humedad de la tierra, en esas disgresiones que la mente hace sin querer queriendo, me hicieron recuerdo al olor de la hierba y, por ende, conectando los caminos neuronales de la memoria, vino a mí el recuerdo de mi padre -que ya no estaba conmigo desde hace mucho tiempo-. Esa distracción aumentó el aroma del césped a mi colección de cosas perdidas.

Saliendo de la disgresión, me concentré en mi pie nuevamente. Lo levanté y encontré una pequeña esfera. Podía compararla con un péndulo, sólo que la cadena que pendía del objeto era bastante pequeña, muy dorada, pero pequeña. Tenía la forma de un mundo.

Dios solía jugarme este tipo de bromas -Dios de nuevo. No me gusta creer en circunstancias o destinos; Dios y las coincidencias son una mejor respuesta (o mejor carta de juego)-. Como tampoco me faltó memoria -tal vez, aparte de la comida, lo que tuve o tengo en abundancia- no me fue difícil recordar aquel objeto.

Esa esferita lo era todo para mí. Simbolizaba Mi Mundo y la argollita que me permitía darle cierto equilibrio en el vacío era la cordura y la paz de Ese Mundo. Como toda memoría indeseada -sea por miedo o por resentimiento (en esta ocasión, por la primera opción descrita)-, gran sorpresa -también esperada- y melancolía vinieron a mí. Las canciones que jamás quise volver a escuchar sonaron por todo lo alto y los momentos que hubiesen quedado en el aire para que cualquiera pueda verlos y sonreír al observar tanta felicidad de repente se sublimaron y cayeron como una roca sobre mi realidad.

Fue el día en que, fuera de toda dimensión alterna, fuera de toda soledad personal o locura colectiva, me di cuenta de algo que cambiaría mi vida y mi manera de ver las cosas.

Fue el día en que Tú entraste a mi colección de cosas perdidas.

2 aportaciones:

Anónimo dijo...

sexy , me recuerda algun sueño en la utopica melancolia

Guillermo Urquizo Nuñez dijo...

Noe
La separación física no significa perdida, mas aun cuando existe un lazo indisoluble, perdurable e indestructible como el sentimiento, tu mismo lo compruebas al tenerlo DENTRO tu colección, esta ahí (no como todos quisiéramos) pero ahí DENTRO ni corazón y ni mi alma.
Te quiero mucho más de lo que puedes sentir.
Father