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domingo, mayo 03, 2009

Voy a pretender que no ha sucedido nada. Las calles están oscuras, el barro en las llantas de mi auto está intacto, así como los sentimientos que tengo hacia ti. Hace mucho calor aquí adentro, pero no se compara con el frío que hace afuera. Siento que dentro de muy poco las ventanas se van a empañar.


No he tenido mucha suerte estos días. Tengo muchas cartas pendientes a destinatarios invisibles, algunas postales hundidas junto a las cuentas que llegan día tras día e inundan mi escritorio -que de por sí ya está atiborrado de papeles innecesarios- y algunos recuerdos que estan haciendo la guardia en casa; son los únicos que no tienen miedo de morir defendiendo una causa. Lástima por ellos.

El tráfico está imposible, aun de noche. Mis vidrios polarizados no permiten que entablezca una charla silenciosa y de miradas con la rubia que está a mi lado, ni mucho menos sacarle la lengua al mocoso que, con la ventana abierta, está ensuciando la parte lateral de mi vehículo con constantes salpicaduras de helado de chocolate. Dios bendiga a la lluvia y a los lavados de auto gratis. Lástima que el barro no se vaya. Ni tú tampoco.

Hace tiempo que no tengo deseos de volver a casa. Suelo quedarme todo el día en la oficina, guiñándole el ojo -o los dos- a la secretaria del jefe mientras anda sacando una de esas fotocopias inservibles, pidiéndole a Martha, mi ayudante, el café amargo de todos los días y dejándoselo intacto para que se lo tome en silencio -como si no me diera cuenta- y haciendo ingeniería social con los colegas de la Gerencia Comercial, para ver si quieren algún nuevo slogan para la campaña del cuatrimestre. Las horas siguientes transcurren al lado de un jugo de naranja -aclarando claro que nunca me gustó el café- y Cassandra, mi computadora personal.

Recuerdo el día que me viniste a visitar a casa y comenzaste a husmear entre mis cosas y por casualidades del destino encontraste mi laptop. La prendiste y casi te caes de la silla al ver tu nombre en el mensaje de bienvenida. Nunca olvidaré tu expresión de sorpresa, ni tampoco olvidaré que ese día también me obligaste a colocarle una contraseña de acceso para que nadie más sepa que la computadora personal de un hombre como yo tenga por nombre personal -tan de ciencia ficción que ni yo lo pensé así- el mismo nombre que la amada.

A pesar de los años, y de que Cassandra anda ya camino al museo de las computadoras, la clave continúa siendo la misma. No te he olvidado, es verdad. Pero tampoco te recuerdo, al mismo tiempo. Simplemente, eres parte de mi vida.

Eso puede explicar muchas cosas, así como el barro de mi auto.

El día que lo lave, dudo que lo pueda encontrar de nuevo si lo dejo parqueado en algún paraje desconocido.

3 aportaciones:

Anónimo dijo...

bella escritura para un sabado por la noche :D ,cada libro tiene su dedicatoria. lo q si me pone en duda , hay algo o fue alguien !

Memo dijo...

En ambos casos, hay un culpable.

Flor dijo...

Ohhh! Q lindo esto Caballero!
Me gusta mucho leerte!
Saludos...