Párrafos

domingo, junio 27, 2010

Es la historia de mi vida. Ladear la cabeza a la melodía de alguna canción jocosa, estar sentado frente a algo, generalmente una mesa o un escritorio de madera, una botella de alguna gaseosa en la mano, o como ahora, de un líquido ligeramente brillante. Una comida caliente es parecida a un sueño, mientras que el refrigerador cobra vida entre los demás electrodomésticos que, aterrados, se descomponen cada cierto tiempo en señal de protesta. Supongo que me gritan en silencio Queremos salir de aquí. A pesar de ello, funcionan cuando los necesito y eso, pienso, es suficiente para mantenerme vivo un poco más.

Tengo unos cuantos calendarios en la billetera. Entre tantos paisajes y "paisajes", ya no sé cuál de ellos me guiña el ojo ni mucho menos cuál de ellos corresponde al año en el que vivo. Los billetes, a veces, salen a respirar un poco, ya que no he tenido ocasión ni oportunidad de entregarlos a alguien que los necesite más que yo, o que los intercambie por comida o alguno de mis gustos banales.

Suelo caminar lejos de todos, ocultándome del viento, refugiándome en mis pasos, persiguiendo a mi sombra como casi todos los niños. Escucho atentamente el trinar de las aves y me pregunto a veces si su vida será más sencilla que la mía. Tal vez ellas no tengan que enfrentar una deuda o algún compromiso pero volar y esos asuntos que son tan ajenos a los humanos me parecen de lo más laboriosos. A pesar de ello, creo que ellas lo disfrutan y son felices, así como el ser humano es feliz con sus problemas y su característica forma de resolverlos: complicándolos más.

Recuerdo que un día llegaste a mi vida. Y que desde ese día, no recuerdo los anteriores, o son distantes. Nos sentamos juntos un día, y desde ese día no quiero sentarme al lado de nadie más que no seas tú. Por eso pido las mesas cuadradas cuando salgo con amigos o me siento en los sillones individuales cuando pasamos a la sala de estar luego de saludarnos en la puerta de algún conocido.

Recuerdo que un día llegaste a mi vida. Y que desde ese día, los lunes se volvieron indispensables para que existan los martes; y que los miércoles, a pesar de ser los días más largos, los amo por ser el día que coincidimos. Los jueves, son los martes vistos en un espejo; el viernes debería cambiar de nombre en honor a nosotros.

Hoy es domingo; un domingo en el que tú no estás.

Me olvidaba, sí estás.

Estas en mi corazón, en mi mente y en algunas palabras -por no decir todas, ya que si lo hago, me dirás que soy un exagerado-.

Escribo esta misiva en tu viaje, partiendo yo al mío también.

Supongo que, como todos los días, te encontraré ahí, en mis sueños.

Noé Caballero.

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