Mago (final)

domingo, marzo 07, 2010

No era una noche como cualquiera, llovía copiosamente. El cielo y sus estrellas eran un conjunto de velas a punto de apagarse sin nadie al cuidado de ellas; tal vez Dios estaba de paseo por otros cielos.


Las gotas acariciaban lentamente el follaje de los árboles, mientras que al caer, hacían música como mejor sabían. No tenían conocimiento del mundo y sus limitaciones; del mundo y su gravedad. Simplemente caían por efecto de su peso, de su existencia, de su innata habilidad de ser inmortales, de viajar a través del cielo y la tierra y recorrerla sin otro pesar que el de sentir el calor del sol, de sentirse desintegradas por su fuerza, de reencontrarse con el cielo y unirse en una fiesta de iguales... y caer nuevamente, en un viaje totalmente opuesto al anterior.

El cielo estaba pálido, con un tono entre verde y marrón, como si hubiera sido pintado en una tarde de agosto. Las montañas, en su eterna misión de tocar el cielo, no se cansaban de recibir el castigo de las nubes, de su negro espesor, de su ruidosa luz, de su indiscreta curiosidad. El paisaje era perfecto para realizar alguna clase de fechoría, como escapar de una prisión o atacar una diligencia.

No fue hasta que escampó por unos minutos que el mago salió de su guarida. Decimos guarida porque una cabaña no era; carecía de una puerta. Tampoco era una cueva porque había luz en el interior. Se levantó de su cama, pensó un momento y recordó en qué día de la semana se encontraba. La anterior noche estuvo lavando sus sombreros y la lluvia lo sorprendió cuando estaba justamente sacando el amarillo del agua. Tomó todos los que pudo -porque en sus manos no entraban todos- y se fue corriendo a la guarida. Tal vez es una de las pocas veces cuando cae en el olvido de que es un mago. He perdido algunos sombreros hoy, se dijo, esta vida a veces me da sorpresas.

No hace mucho que el mago se denominó como tal. Ciertamente antes no tuvo que ir al mercado a comprar telas de colores y algunos hilos dorados ni tampoco tuvo que aprender a usar una aguja y su dedal. Antes se dedicaba a escribir, a imaginar. Ahora lo sigue haciendo, pero son situaciones distintas.

Todo comenzó, valga la redundancia, cuando llegó al pueblo. Estaba a muchos pasos de su anterior hogar; muchos pasos al sur. Los habitantes hablaban su misma lengua, pero tenían un acento diferente. No tardó en adaptarse, pero sí se sentía un forastero. Comenzó a buscar trabajo en tiendas, bares, manofactura de espadas, casi sin éxito. Consiguió un trabajo de florista en un barrio un tanto alejado del castillo del rey. Y fue ahí.

La florería no era más que un pequeño cuarto azul, con muchas ventanas y unos cuantos postes de madera que le daban soporte al techo. Habían algunas pinturas alrededor; otras flores, personas felices, personas bailando. Algunos cuadros guiñaban el ojo si se los veía desde otro ángulo, pero esas eran leyendas. Leyendas que prácticamente hacían atrayente a la tienda y, por ende, a clientes.

El futuro mago tenía la misión de diseñar arreglos florales; a veces creaba cosas que ni él mismo sabía qué eran, otras, simplemente cerraba los ojos y olfateaba, movía la cabeza, hacía malabares con las manos e inventaba. Su llegada fue algo bueno para esa tienda que se encontraba alejada del pueblo y de la actividad Real; fue más pronto que tarde cuando a los oídos menos pensados llegaron, tanto su nombre, como lo que sabía hacer.

Ella caminaba por el castillo como si fuera suyo. Lo iba a ser dentro de un tiempo, es verdad, pero esa sensación de ser lo que no se es suele ser tan reconfortante a veces que la maña, como la mayoría de las veces, suele ganarle a la costumbre. Quiso ella un día de otoño dejar de jugar con las hojas caídas de los cientos de árboles que habían en los jardines del castillo. Chasqueó los dedos e hizo llamar a aquel del que le hablaron tanto. Así fue como ella y él se conocieron, casi como en la mayoría de las leyendas; por un capricho.

Ella le dijo, Quiero que me conviertas en alguno de tus arreglos, él le dijo, Eso no será posible, mi señora, Me dijeron que tú, el que trabaja en la tienda de flores, puedes hacer lo que quieras. El futuro mago le dijo, Déjeme verla. Luego de levantarse de la reverencia, posó sus ojos en ella. Inmediatamente cerró los ojos y olfateó. Dijo, Lo siento, no puedo, Es usted un amargado. Ella señaló con su dedo la puerta. No lo dude, contestó él, volveré.

La amenaza se cumplió días después. Él tuvo que voltear la cabeza para poder hablar y mirarla al mismo tiempo, Aquí tiene, espero le guste. Se ocultó detrás del gran arreglo que había traído al castillo, dio media vuelta y presuró el paso a la puerta que antes le habían apuntado para que se vaya.

Dicen que la intriga apoya en la construcción de una relación. Él, como era de esperarse, desde la primera vez que la vio, que sintió su aroma, tatuó en sus retinas esa frondosa cabellera, ese perfil romano inconfundible, esa mirada penetrante que le recordaba día a día que desde aquel entonces, no tenía otro trabajo más que servirla; grabó en sus manos su esencia, buscó entre sus ideas la lógica perfecta para dedicarle su trabajo, la explicación más irracional a sus acciones. Dejó de ser él para ser alguien mejor.

Ella se intrigaba por las iniciativas; cada arreglo era único, pero en la esencia, era el mismo; era ella en ámbar, en caoba, en margaritas, en rosas. Era la interpretación de alguien que simplemente firmaba como aMArGadO.

En la séptima entrega fue simplemente Mago.

En la octava entrega, ella decidió dejar en claro el misterio. Llovía profundamente. Esperaba la posición del sol exacta, justo cuando la silla del trono se ilumina; es cuando Mago llega y deja una más de sus interpretaciones. Sonó la puerta. No fue inmediatamente al encuentro; espero a que se atenuaran sus pasos. Abrió la puerta, pero no encontró nada. Movió la cabeza aturdida, buscando alguna señal. Justo a mitad de la rabieta encontró un papiro escondido bajo una única rosa. Casi rompiéndolo por la ansiedad, lo abrió y leyó en voz baja:

El amor me dice que eres todas las cosas; la Sabiduría me dice que no eres nada, y mi vida fluye entre ambos.
Mago.

Atada al papiro había una cuerda; una cuerda sin fin, rumbo al norte...

La guarida ahora está vacía. El Mago, que ahora vive la vida, espera paciente alguna vibración de la cuerda. Las leyendas dicen que la fuente de su poder es otra leyenda; una que nunca apareció, o que se espera que aparezca...

2 aportaciones:

Carol dijo...

Detalles^^ q... matan? :D

Anónimo dijo...

El amor me dice que eres todas las cosas; la Sabiduría me dice que no eres nada, y mi vida fluye entre ambos.
Mago.

braavooo.